Existen grandes diferencias acerca de las concepciones sobre el tiempo, el pasado y el poder real entre las diferentes civilizaciones afroasiáticas antiguas que conforman los egipcios, los mesopotámicos y los hebreos. El faraón egipcio era considerado un dios y venerado como tal, a diferencia de los reyes mesopotámicos con un componente más heroico que divino. Los reyes hebreos perderán cualquier atisbo relacionado con las divinidades y se moverán en esferas mucho más profanas.

Egipcios

Los antiguos egipcios concebían el mundo como un equilibrio dual de fuerzas donde prevalecía el orden cósmico frente a las fuerzas del caos. Había numerosos ritos y festivales anuales, muchos de ellos relacionados con la crecida del Nilo, que reafirmaban este orden. Es interesante comprobar que el pueblo egipcio era un pueblo sin miedos ni incertezas, puesto que consideraban el cosmos como algo inmutable, estable y seguro. Sobre todo cuando lo comparamos con el sentimiento de fragilidad que impregnaba a los pueblos mesopotámicos. Esta forma de espiritualidad que garantizaba la felicidad de los egipcios se conoce como optimismo egipcio. Los antiguos egipcios también creían en la vida eterna y negaban la realidad de la muerte. Por eso, las tumbas estaban equipadas con todo lo que se podría necesitar en la “otra vida”.

Todo en Egipto giraba en torno al faraón, máxima figura representativa de poder, ya que era el encargado de mantener el orden cósmico. El faraón era considerado un dios —de aquí radica la tranquilidad espiritual del pueblo egipcio— y hacía de intermediario entre otros dioses y los seres humanos. También era el responsable de mantener el bienestar y el desarrollo de la comunidad. No solo se limitaba a gobernar, sino que tenía que cumplir las leyes establecidas, a la vez que estaba sometido a una serie de obligaciones, prohibiciones, limitaciones y regulaciones, tanto de su vida pública como privada. No era, por tanto, un tirano, sino que era considerado un hombre justo.

La historia, como la conocemos hoy en día, da importancia a un cúmulo de hechos que van en un sentido lineal del tiempo y hacen referencia a la especificidad de las situaciones y a la individualidad. Los egipcios, en cambio, creían que los hechos no eran más que una serie de actualizaciones de arquetipos primordiales y un constante retorno al tiempo primigenio. Es por eso que las narraciones contenidas en relatos de batallas o en anales egipcios no poseen intención historiográfica, lo cual nos dificulta establecer la diferencia entre mito y realidad histórica.

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Es habitual ver, por ejemplo, batallas representadas siempre con la misma iconografía. Esto no conlleva una falta de imaginación por parte de los aristas egipcios, sino que es la representación de un arquetipo, de la batalla primera que tuvo lugar al principio de los tiempos. Todas las batallas, incluso siendo diferentes, estaban representadas de la misma forma. Es en esta peculiar forma de concebir el tiempo donde radica el problema a la hora de emprender el estudio de la historia del Antiguo Egipto: todo supone repetición del mito. Así pues, el discurso mítico es el elemento predominante en la civilización egipcia —un discurso que niega la historia y sitúa la realidad en las esferas más transcendentales— junto con una cosmovisión integrada que considera importante solo los hechos que pueden reconducirse a un arquetipo del tiempo primordial.

Mesopotámicos

A diferencia de los reyes egipcios, los reyes mesopotámicos, con un matiz más heroico y no tan divino, eran considerados hombres —escogidos por los dioses— y miembros de la comunidad. Su papel era mantener el orden cósmico, así como actuar de intermediarios entre los hombres y los dioses. Este orden universal era obtenido a través de la guerra santa que los dioses les requerían. Es lógico, pues, que las conquistas para expandir el imperio fueran habituales.

Los mesopotámicos consideraban el cosmos como fruto del capricho de las circunstancias. La climatología insegura del territorio, que no siempre garantizaba una buena cosecha, y la localización geográfica que favorecía las invasiones de otros pueblos fueron factores que provocaron un sentimiento de fragilidad y dramatismo en las sociedades mesopotámicas. La consciencia de su precariedad como humanos, la imposibilidad de alcanzar la inmortalidad y acceder al cielo después de la muerte, y saber que su destino estaba en manos de los dioses, conformaban los elementos principales del llamado pesimismo mesopotámico.

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Había una preocupación constante por parte del pueblo respecto a que los dioses malinterpretaran a los reyes en sus acciones y temían una desestabilización de las fuerzas del orden. La muerte era su destino y la aceptaban con resignación. Los presagios, la magia y la interpretación de los signos divinos formaban parte de su vida diaria.

El discurso de los mesopotámicos era mítico al igual que el de los egipcios, pero podemos decir que se pierde la rigidez arquetípica, ya que el rey no es considerado una divinidad sino un hombre. Es por ese motivo que encontramos muchos más datos históricos en este pueblo precursor de la civilización hebrea.

Hebreos

Con la aparición de los hebreos aparece también un nuevo tipo de discurso: el discurso monoteísta, el cual concibe un dios único, creador de todas las cosas, con una realidad clasificada en tres partes: dioses, seres humanos y naturaleza. Se consideraba el acto de creación como algo irrepetible y puntual, y los actos humanos se sucedían en tiempo lineal. Los seres humanos tomaban decisiones bajo su propia ética y actuaban como seres individuales y singulares. La característica más significativa de este discurso es que los hechos están ligados a una esfera transcendente por un lado y por otro, son específicos y singulares. Por ejemplo, las acciones que llevó a cabo Moisés son únicas e irrepetibles. Vemos, pues, que se pasa del arquetipo del discurso mítico a la actuación singular.

Los reyes hebreos se movían en las esferas profanas y no sagradas. Nunca tuvieron un papel tan destacado como los reyes de las civilizaciones egipcias y mesopotámicas. El rey hebreo no era considerado un vínculo entre Dios y el pueblo, ni tenia relación con el mantenimiento del orden cósmico. Aparece, aquí, un punto de inflexión: se pierde el vínculo entre el hombre y la naturaleza. De hecho, el rey hebreo era más bien un elemento de cohesión para mantener los territorios y los pueblos de Israel unificados ante las invasiones enemigas.

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Aunque hay mucha polémica suscitada sobre este tema, no podemos considerar la Biblia como una fuente histórica fiable. Algunos autores justifican el uso de la Biblia como una fuente verdadera, debido a la falta de más documentación escrita y consideran que cuestionar la Biblia como fuente sería poner en duda, también, las profundas creencias religiosas de los autores más creyentes. Es obvio que siempre debemos utilizar otros datos, como evidencias arqueológicas y otras fuentes extra bíblicas, para contrarrestar la información de este libro sagrado. No obstante, la Biblia nos sirve para hacernos una idea de la situación política y social, la mentalidad, la espiritualidad y la cultura de las sociedades hebreas de aquella época.

 

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