Para quien lo desconozca, el Body Combat está inspirado en las artes marciales y sobre todo, en el boxeo. Suelen ser clases duras, de alta intensidad, y consisten en una serie de ejercicios coreografiados al ritmo de la música en los que se va trabajando el tren superior e inferior alternativamente. Hace poco, en una de estas clases de las que soy asidua, había un monitor con el que nunca había coincidido. Me encantó porque era una animador nato, establecía contacto visual con todos los alumnos, explicaba a la perfección las técnicas y, para más inri, acababa de volver de vacaciones, con lo que tenía la energía a tope y, ciertamente, la habilidad de transmitirla a los asistentes. En una de las secuencias del ejercicio hay una tanda de flexiones, las cuales inicio siempre con mucha energía. Lo malo es que a la tercera bajada el dolor impregna mis músculos, mi cara se pone roja, las gotas de sudor se deslizan por mi frente y me quedo sin resuello. Vamos, un panorama del todo apocalíptico.
Para mi sorpresa, durante el ejercicio, el monitor se puso a mi lado a hacer las dichosas flexiones, con lo que me vi obligada a hacerlas casi hasta el final, para no parecer una blandengue, y encima sin doblar las rodillas. Como era de esperar, los músculos de mis brazos y pectorales maldijeron merecidamente mi vanidad y me lo hicieron pagar al día siguiente con unas agujetas considerables, que, por supuesto, mitigué con una sesión de cuarenta minutos nadando estilo espalda, mi favorito.
Suelo acercarme a la piscina del gym los fines de semana. Sobre las cinco de la tarde es habitual encontrar muy poca gente y puedo disfrutar de un carril para mi sola, sin preocuparme de dar manotazos a nadie. Aun así, raro es el día que no trague agua por una u otra razón. Generalmente suele ser porque me desconcentro, me despisto y abro la boca cuando no debo. Otra de las razones es totalmente ajena a mí. Resulta que cuando el otro carril está ocupado por otra persona, por regla general, un fornido y experto nadador, sus brazadas crean una especie de olas que pasan sobre mi cara cuando el tipo en cuestión pasa a mi altura, llenándome la boca y la nariz de agua, con la consecuente deglución, parada, tos e intentos por llenar los pulmones de aire… ¡Terrible!
Pero este día en cuestión, tuve suerte, la persona que ocupaba el carril contiguo era una chica, y no lo supe porque la viera, puesto que mi visión durante la natación se reduce a poco más que las vigas del techo, pero lo intuí porque al pasar por mi lado, desprendía olas sutiles y delicadas. El suave estilo de mi compañera de carril me evitó el tan apurado y desagradable trago de agua. Por supuesto, no quiero pecar de sexista y eso no significa que haya chicos igual de delicados y chicas que levantan olas de un metro al nadar, no es una cuestión de sexos, obviamente, sino de sutileza o estilo personal.
Después de mi sesión de ejercicio acuático y los estiramientos posteriores de rigor, me dirigí al spa para relajarme un poco. Después del obligado chorro en cervicales y espalda para eliminar posibles tensiones suelo dirigirme a las camas de burbujas y dejar que todos mis músculos se muevan al son de los ultrasonidos. Estando ahí con la mente en blanco y los ojos entrecerrados observando al resto de usuarios, me percaté que había tres chicos y tres chicas, contándome a mi. Las chicas, un par de alegres veinteañeras, decidieron salir de la piscina del spa, y no pude dejar de observar la reacción de la audiencia masculina.
Las miradas de los tres varones, más otro que pasaba por el borde, rodeando el spa, se dirigieron sin atisbo de indecisión a la parte posterior de las risueñas muchachas. Una irónica sonrisa asomó en mi rostro mientras sacudía la cabeza en señal de desaprobación. “Hombres”, pensé, “todos cortados por el mismo patrón”. Más tarde, cansada ya de tanta agua y con los dedos de las manos arrugados como pasas, decidí marcharme.
Desde luego cuando subía las escaleras para salir, no tuve ninguna duda acerca de la dirección de las miradas de los sujetos antes mencionados, así que como no podía hacer nada para evitarlo, decidí meter tripa, erguir hombros, sacar pecho, levantar barbilla y caminar elegantemente hacia la salida. Creo que salí bastante airosa del trance, aunque la verdad es que no tenía muchas más opciones.
jajaja, me he reído mucho! me siento taaaaan identificada! jajajaja. Sobretodo con el nadador experto y sus olas! jajaja
Hola Anahi,
Vaya, pensaba que solo me pasaba a mí y me sentía un poco bicho raro, pero veo que no 😀 . Si es que algunos/as son muy brutotes para nadar, jejeje. Me alegro que te haya gustado y te hayas sentido ientificada.
PD: Misty le envía besitos a Kitsune 🙂