Winckelmann, principal propagandista del neoclasicismo, entendía el arte clásico como la fusión de una sencillez noble y una magnificencia calmada. Sin embargo, no se establece una línea divisoria clara entre el neoclasicismo y el romanticismo. Ambos movimientos abrazan conceptos de nobleza, de grandiosidad, de virtud y de superioridad, pero mientras que la concepción clásica parece un ideal posible capaz de adaptar al hombre a su sociedad, modelada mediante un marco ordenado, la concepción romántica imagina el inalcanzable más allá de los límites de la sociedad y de la adaptabilidad humana.

Por otro lado, la situación cultural en la que se desarrollan ambos movimientos responde a los mismos principios: los valores culturales, sociales y morales de la nueva burguesía que imponen una relación con la naturaleza y la sociedad. Por su parte, el subjetivismo burgués disolverá el predominio del arte cortesano iniciando así la transferencia de la dirección cultural de la aristocracia hacia la burguesía. Este proceso alcanzará su punto álgido en política con la Revolución Francesa y, en el arte, con el Romanticismo.

El Neoclasicismo rechazaba la superficialidad del rococó y recuperó a los clásicos, que encarnaban virtudes nobles, en un afán de perfeccionar el mundo mediante la razón y la moralidad, que, según algunos historiadores, fueron el reflejo de la culminación de los ideales ilustrados de finales del siglo XVIII. Los cambios de estilo y contenido de las artes plásticas se hicieron notorios en Europa y América. Se demandaba un arte dirigido por la razón, dejando de lado el sentimiento, en el que la perfección técnica dominara sobre la improvisación y la imaginación.

La esencia de Grecia y Roma marcó las normas del artista ilustrado, y fueron adoptadas por las academias como modelos que toda creación artística debía cumplir, en un intento por fijar los criterios del buen gusto y la belleza. Anton Mengs (1728-1779), pintor checo asentado en Roma, pintó un fresco, Apolo y las Musas en el Parnaso, que promovió el neoclasicismo y rompió la línea seguida hasta el momento, alejándose de perspectivas atrevidas y violentas o situaciones morbosas, y reflejando, en cambio, una escena serena y armónica.

«Apolo y las Musas en el Parnaso» (1761), de Mengs

Las características que definen el neoclasicismo pictórico pueden resumirse en la falta de expresividad: los rostros adoptaban una actitud contenida e impasible que favorecía esa belleza ideal. Si había que mostrar pasión, se usaban recursos teatrales o gesticulaciones grandilocuentes. La principal fuente de inspiración debía ser la naturaleza, pero sin su fealdad o imperfección.

Las obras eran, pues, realistas pero idealizadas, y los paisajes, en concreto, debían ser bellos y tranquilos. Se introdujeron nuevas categorías estéticas como lo pintoresco (belleza digna de ser pintada) y lo sublime (belleza extrema que lleva al éxtasis), conceptos que adquirieron gran relevancia en el Romanticismo. Las composiciones seguían líneas geométricas y eran equilibradas y estáticas.

La luz era clara y fría, sin esos tonos dorados emisarios de una sensualidad que era rechazada en el estilo neoclásico. El claroscuro permanecía para aclarar la prioridad compositiva y dejar en penumbra lo secundario. Los cuadros eran técnicamente impecables y apenas podían apreciarse las pinceladas. El dibujo, la forma, con contornos bien definidos, cuidando el detalle y buscando semejanza con la escultura, predominaba sobre los colores, pálidos y convencionales. De todo ello resultará esa estética, distante del espectador, característica de este movimiento.

Respecto a las temáticas que inspiraron a los artistas neoclásicos, encontramos, principalmente, la antigüedad clásica y los temas de historia y de literatura mitológica. Seguramente, debido a la recuperación arqueológica del mundo antiguo descubierto en diversas excavaciones. Se dotarán a las escenas de desnudo de intenciones moralizantes, a los dioses mitológicos de virtuosismo y a los personajes históricos de ecuanimidad, paciencia y abnegación.

«María Luisa de Parma» (1765), de Mengs

El segundo género importante fue el retrato, donde se idealizaba al retratado mediante poses y escenarios estudiados que transmitían elegancia y serenidad. Por último, el paisaje, género menor en este movimiento, se recrea en una naturaleza ideal que sirve de fondo a una escena. Destaca el paisaje de parajes con restos arqueológicos reales y fingidos que pretenden recrear una idílica y melancólica campiña, así como las vistas de ciudades con recreaciones costumbristas.

Jacques-Louis David es el pintor que expuso más claramente la pintura neoclásica, añadiendo a la primacía de una pintura sólida, técnicamente perfecta, basada en el estudio de los grandes maestros, un componente pedagógico o moral, donde la pintura histórica, así como la de género, podían traducir valores siguiendo las nuevas directrices morales de la sociedad. En su obra, El juramento de los Horacios, vemos el mejor ejemplo de neoclasicismo moral antes de la Revolución. Destaca, también, Jean-Auguste-Dominique Ingres, seguidor de David, el cual desarrolló un estilo basado en la línea y el dibujo, acorde con el academicismo, pero con un gusto por lo medieval que lo acercaba a la sensibilidad romántica.

«El juramento de los Horacios» (1784), de Jacques-Louis David

En la escultura neoclásica destaca Antonio Canova, cuyas pautas sirvieron de modelo para el desarrollo de toda la escultura del siglo XIX. Amor y Psique fue una de sus esculturas más representativas. Su discípulo, Bertel Thorvaldsen, creó modelos bien delimitados para la escultura en el purismo más clasista y con cierto estilo arcaico, como su célebre escultura Jasón.

«Amor y Psique» (1793), de Antonio Canova

Según el historiador Joan Campàs, el Neoclasicismo es un movimiento estético de base intelectual que expresa la ideología en imágenes de la burguesía ascendente, que disuelve el arte cortesano predominante en la época anterior, critica los excesos y el virtuosismo del arte precedente y está comprometida con los problemas de su tiempo. Fue el estilo dominante desde mediados del siglo XVIII hasta 1820, momento en el que cede ante el avance del Romanticismo. Los representantes más destacados de este movimiento fueron teóricos como Winckelmann, pintores como Mengs, David e Ingres, y escultores como Canova y Thorvaldsen.

 

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