La primera escapada que hice con el que hoy es mi compañero de vida y esposo fue a un bonito parador situado en la costa gerundense al que solemos llamar, entre risas, “el parador del terror”. Llevábamos poco tiempo saliendo, un par de meses a lo sumo, y la romántica escapada prometía. A pesar de eso, empezó con mal pie… augurio deductivo de lo que ocurriría después.
Había quedado con mi flamante novio en que pasaría a recogerme sobre las cinco de la tarde, así que al ver que pasaban ya treinta minutos de la hora acordada le llamé por teléfono. La respuesta a su tardanza se justificó en un “es que estaba esperando que llamaras…” y yo pensé: «What the f***??”. Con la impaciencia que me caracteriza estuve a punto de contestarle que no hacía falta que viniera, pero por algún extraño motivo me contuve, respiré hondo y lo pasé por alto. Obviamente salimos tarde y llegamos más tarde todavía.
Mi desaparecido malhumor regresó rápidamente al comprobar que la esperada hora y media de trayecto se convertía en tres aburridas horas que soporté estoicamente a base de bufidos de impaciencia y bostezos a partes iguales. Sí, en esa época la conversación amena no era el punto fuerte de mi pretendiente. Llegué al parador bastante irritada, pero aun así la ilusión seguía latente. Era nuestro primer fin de semana romántico y estaba segura de que nada podría estropear el momento.
Después de una noche de sueño reparador, desayunamos y salimos a explorar la zona. Nada más salir nos topamos con el coche de sus padres aparcado en la entrada… Nos miramos con desconcierto. Automáticamente pensé que se trataba de un encerrona… Ciertamente, lo parecía. El encuentro fue inevitable. Así que nuestro fin de semana se acabó convirtiendo en una situación bastante incómoda y supongo que no solo para mí.
Para no parecer groseros nos vimos obligados a compartir una interminable tarde de cafés, no solo con sus padres, por cierto, encantadores, sino también con un par de miembros más de su familia que se habían apuntado a la merienda a última hora. El punto culminante de tan familiar encuentro tuvo su cenit cuando mi novio, tan inoportuno como siempre, soltó a modo de despedida: «Bueno, nosotros vamos a acostarnos un rato.»
Obviamente, pensé que había escuchado mal, pero al ver la horrorizada cara de sus padres, a la que se sumó mi expresión de incredulidad, me di cuenta que no era un error de percepción auditiva. No entraré en la retahíla de críticas que luego le solté a mi pretendiente para no cansar al lector, pero vamos, os podéis hacer una idea. Para saturar y tensionar aun más la situación, ya muy embarazosa de por sí, fuimos amablemente invitados a una comida al día siguiente, a la que asistimos, agradecidos por el gesto, pero con unos deseos enormes de dar por finalizada una escapada que podía considerarse cualquier cosa menos romántica.
Expectativa Realidad


Después de ese fin de semana decidí tomarme un tiempo y utilizando el tan socorrido “Creo que deberíamos ver a otras personas”, me despedí de él.
Por supuesto, no tuve en cuenta que los tauro son muy insistentes, así que pocas semanas después retomamos la relación, que acabó de nuevo unos meses más tarde, concretamente un 14 de febrero, cuando tras obsequiarle con algunos tontos presentes propios de ese día me comunicó con aire pensativo que sería mejor que lo dejáramos.
La verdad es que estaba más indignada que afligida. Pese a ello, mi tozudez geminiana terminó imponiéndose. Así que un tiempo después, decidí retomar el contacto para tantear el terreno. Una tarde lluviosa me decidí a llamarle. No cogía el teléfono. Bueno, ahora solo me quedaba esperar a que me devolviera la llamada, cosa que hizo unos minutos después.


– Hola Susana, ¿me has llamado?
– No, no, yo no te he llamado…
– ¡Qué raro! Tengo una perdida tuya…
– ¿En serio? Pues no sé, lo mismo me he equivocado…
– Bueno, en ese caso, me alegro de que te hayas equivocado…
Esta última frase dicha con un matiz masculino, sensual y aterciopelado… Obviamente ni yo me había equivocado, ni él utilizó ese tono de voz de forma casual… y he aquí nuestro nuevo comienzo.
Tiempo después, decidimos celebrar nuestra nueva etapa de novios con un estatus ya más formal con un viajecito de cuatro días por la Toscana, al que, posteriormente, denominamos el accidentado viaje a la Toscana… pero esa ya es otra historia… que podréis leer en el post de la próxima semana.
Os dejo un pequeño avance en este enlace: El accidentado viaje a la Toscana.