A diferencia del Romanticismo que refleja el cambio político y de pensamiento, el realismo aparece como consecuencia de la Revolución Industrial que cambiará la sociedad y agudizará las desigualdades sociales en la primera mitad del siglo XIX, dejando de lado los grandes ideales románticos y asumiendo la realidad cotidiana. Por otro lado, la aparición de la fotografía hace entrar en crisis a la pintura y la desplaza a una actividad de élite. Solo la distinción clara de los tipos y las funciones de la pintura y la fotografía, que sostiene las tesis de los realistas y los impresionistas, resolverán este problema. Así, la pintura, liberada de su función tradicional representativa de la realidad, se plantea como una pintura pura.
A partir de 1830 se desarrolla la escuela paisajista de Barbizon, encabezada por Théodore Rousseau, el cual se estableció en el pueblo de Barbizon con otros pintores. Se inicia, entonces, la renovación del paisaje moderno en un intento de abandonar todos los convencionalismos. A diferencia del Neoclásico que admite el paisaje como una evocación ideal y el Romanticismo que plasma un entorno impregnado de sentimiento, con el Realismo, el paisaje se representará sin convencionalismos literarios ni apasionamientos románticos, se captará la naturaleza de forma sincera y serena, siendo la realidad natural un género válido en sí mismo. Abandonando la rigidez académica, los pintores de Barbizon observan la naturaleza para embellecerla y recrearla a partir de la impresión causada en el alma del artista. El uso de temas campesinos captados en su propio ambiente y el estudio del cromatismo de la naturaleza propiciarán las bases para la llegada del impresionismo.

Bosque de Fointanebleau, la mañana (1851), Rousseau
Corot se erige como el paisajista más importante del Realismo, ensalzando el sentimiento que la naturaleza provoca, considerado como base de la moral. El sentimiento del pintor no es como el impulso pasional de Delacroix, ni como la conmoción emotiva de los paisajistas de Barbizon, sino que la identificación de la realidad interior coincide con la moral, y la exterior con la naturaleza. El artista realiza paisajes elementales y sencillos, alejados de lo pintoresco, buscando el efecto de la naturaleza desde la observación, en la que la luz es sutil y envolvente, como podemos ver en La danza de las ninfas (1850).

La danza de las ninfas (1850), Corot
Millet, miembro del grupo de Barbizon, es un pintor de campesinos, cuyas figuras ensalza en sus obras como símbolo de la ética y la religiosidad rural, en coherencia con el contexto social del Manifiesto comunista de 1848 y las luchas obreras. Su pintura sosegada y estática plasma un universo recogido e íntimo, en el que lo sencillo se eleva a categoría plástica. Todo ello observable en su obra Las espigadoras (1857).

Las espigadoras (1857), Millet
Otra de las grandes figuras de la época es Daumier, cuya obra se hace difícil de clasificar por la fuerza de su trazo, la carga expresiva personal y distorsionadora de sus figuras, la sátira social y la emoción de sus obras alegóricas. Este autor conserva lo que puede actuar como estímulo y suscitar en el espectador una reacción moral. Con Coubert, la pintura se hace definitivamente realista. Valora los encuadres casuales y no hace referencia a la pintura culta. Rechaza la belleza arquetípica, niega un mundo ideal y representa el entorno de forma directa, en un estilo antiacadémico, anticlásico con temáticas costumbristas.

Los fumadores (1855), Daumier

Cortesanas al borde del Sena (1856), Coubert
Destaca, también, en esta época la Escuela paisajística de Olot, influenciada por la de Barbizon y creada por Joaquim Vayreda. En la Escuela de Olot se trataba el paisaje de la zona mediante la luz y diversas variaciones cromáticas, y se observaba una libertad de tendencia, estilo y técnica. En su obra L’estiu (1877) podemos observar que Vayreda tuvo en cuenta el detalle y utilizó una pincelada fina y precisa.

L’estiu (1877), Vayreda
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