Así como el arte neoclásico pretende expresar valores universales y eternos, y se identifica con la razón, el romanticismo basa su criterio en la sensibilidad del artista y enfatiza los sentimientos y la pasión. Así pues, podemos establecer que el carácter subjetivo del arte romántico y su reconocimiento de la individualidad favorecieron un cambio profundo en la expresión artística de los siglos XVIII y XIX que tuvo gran repercusión.
El movimiento romántico carece de unidad y de uniformidad, no obstante, sí se da una manera de sentir, de concebir al hombre, a la naturaleza y a la vida de forma unánime, asociada a las diferentes características producidas por las diversas naciones. Se puede hablar de un Romanticismo alemán de tendencias reaccionarias y de un Romanticismo europeo occidental de tendencias progresistas, acordes al contexto histórico del momento. Este movimiento, se establece, pues, como la ideología de la nueva sociedad expresando su crisis de valores, su relatividad y su determinación histórica.
Los románticos, en su lucha rebelde contra el racionalismo ilustrado, rechazarán seguir la norma clásica frente a su individualidad creadora. De este culto al individualismo surgirá una nueva relación entre cliente y artista, donde el segundo ya no es un artesano. Se crearán comunidades de artistas que conservarán su individualidad como los nazarenos alemanes o los prerrafaelitas ingleses. La temática será variada: el gusto por el arte medieval y su cultura, el exotismo, el más allá, la fantasía, el drama y, sobre todo, el paisaje en todos sus ámbitos, serán las temáticas dominantes. La subjetividad y la sensibilidad se valorarán por encima de la razón. El concepto de belleza se ampliará con conceptos como pintoresco (expresividad), realismo (verdad) o sublime (infinito) y algunos de ellos se acercaran a lo terrible y lo sobrecogedor. Se eliminarán las jerarquías entre géneros en la pintura a la vez que surgirán nuevas modalidades artísticas como el boceto, la caricatura, la litografía o la acuarela. Aparecerá un culto a la naturaleza, que los artistas considerarán como el reino de la libertad y lo ilimitado.
La gran revolución experimentada por la pintura romántica se produce en el paisaje. La naturaleza se pintará de forma que transmita al espectador la emoción y el estado de ánimo del autor. Además, se antepondrá el color al dibujo, contrariamente a los neoclásicos. La pincelada será libre, viva y llena de expresividad, y la luz dará un carácter efectista y teatral a composiciones con tendencia al dinamismo. El pintor saldrá al exterior y se enfrentará a la realidad del paisaje. Algunos autores, como Friedrich, propondrán el paisaje espiritual, con esquemas geométricos más reposados, que mediante su grandeza provocará evocaciones religiosas.
Algunos de los artistas destacados del romanticismo francés fueron Théodore Géricault y Eugène Delacroix. Con la derrota napoleónica y la inestabilidad política y social provocada por la Restauración y las revoluciones que la rechazaban, ambos artistas expresaron críticas sociales mediante sus obras. Con ellos culminan las características de la pintura romántica como la tendencia partidaria del color, las composiciones agitadas, las pinceladas brillantes y los argumentos conmovedores. Destaca la obra La Balsa de Medusa de Géricault y La muerte de Sardanápalo de Delacroix.

La balsa de Medusa (1819). Théodore Géricault

La muerte de Sardanápalo (1827). Eugène Delacroix
El Romanticismo en Inglaterra adquiere gran notoriedad con la pintura de paisaje, género que cobra gran relevancia, tal vez, por el sentimiento de pérdida de la naturaleza generado por el auge de la Revolución Industrial, que impregnaba de melancolía y nostalgia el pasado. John Constable fue uno de los pioneros en la concepción romántica de la naturaleza. Su obra se caracteriza por su atención a los fenómenos atmosféricos como el movimiento de las nubes o la luz, que representa con pincelada suelta, una composición muy armoniosa, un dibujo previo muy elaborado y una perspectiva como de paseo. Su paisaje es amable y lleno de pequeños detalles. Podemos observar todas estas características en su óleo sobre tela (53×75 cm) La bahía de Weymouth, datado en 1816 y que se encuentra actualmente en la National Gallery de Londres.

Bahía de Weymouth con el Monte Jordan (1816). John Constable
Por su parte, William Turner tenía gran talento y facilidad para el dibujo y la acuarela, lo que le llevó a crear imágenes realistas de paisajes y arquitecturas pintorescas. A partir de 1800 su obra se vuelve más personal, experimenta con el color y la percepción visual. El artista pondrá relieve en el color por encima del dibujo, rasgo típico del Romanticismo, tal y como podemos observar en su obra The Fighting Temeraire (1839, óleo sobre lienzo, 91×112 cm, National Gallery, Londres). Turner nos muestra una reflexión sobre lo antiguo, representado por el Temerarie, barco que tuvo un importante papel en la batalla de Trafalgar, y lo nuevo, simbolizado por el carguero que lo va a retirar. El ocaso que vemos al fondo marca el paso de una época a la siguiente.

The Fighting Temeraire (1839). William Turner
Turner prescindirá del detalle realista para adoptar una concepción más libre y lírica del paisaje. Se ocupará de temas dramáticos acaecidos en la naturaleza para derivar más adelante en obras como Lluvia, vapor y velocidad (1844), en la que la intensidad de colores, la libertad técnica y la pincelada directa y segura, dotan a la obra de Turner de una gran emotividad y un alto grado de abstracción.

Lluvia, vapor y velocidad (1844). William Turner
Constable y Turner establecen la naturaleza como el marco natural de ser humano, pero el primero representa una naturaleza pacífica y reconfortante, en la que, en ocasiones, aparecen indicios de actividad humana, como muestra en su obra La catedral de Salisbury (1825), símbolo de la armonía entre la naturaleza y el trabajo del hombre, que representa la catedral. Turner se centra más en una naturaleza salvaje y destructora, observable en obras como Naufragio (1805) o Tempestad de nieve en el mar (1842).

La catedral de Salisbury (1825). J. Constable

Tempestad de nieve en el mar (1842). W. Turner
La pintura romántica en Alemania encarnó el alma emotiva y espiritual del romanticismo y la estética de lo sublime en la figura de Gaspar David Friedrich, cuya obra pictórica representa una meditación sobre el sentido de la vida y el destino del hombre después de la muerte. El entorno se nos presenta como algo distante, inmenso e infinito y el ser humano contempla el silencio sublime del paisaje y la melancolía de los fenómenos climatológicos naturales, como la niebla en las montañas o el resplandor del ocaso. Este autor expresa mediante las fuerzas de la naturaleza, la inquietud y la incomprensión individuales hasta que esta visión se transforma en algo aterrador. Como el poeta alemán Goethe, Friedrich es atraído por lo infinito y la mirada del espectador atraviesa la tela para perderse en la lejanía.
Las obras de Friedrich, repletas de sentimiento, contienen numerosos elementos simbólicos y poseen una mirada interior manteniendo al mismo tiempo una conexión con el exterior y la naturaleza mediante el dominio de la luz, la perfecta composición y el realismo. En su obra Los acantilados blancos de Rügen, la presencia de la barca simboliza el pasaje del hombre hacia el reino de los dioses, uno de los personajes mira al horizonte como símbolo de esperanza y vemos a una mujer vestida de rojo, color que simboliza la virtud de la caridad. En la Abadía en el robledal, el autor expresa desolación y la gama de tonos grises y marrones muestran una desesperada melancolía. El caminante sobre un mar de nubes nos muestra “la tragedia del paisaje” en una lectura religiosa donde se contrapone lo terrenal, representado por las rocas como símbolos de una fe inquebrantable, y lo espiritual, representado por la niebla que intenta aproximarnos al misticismo.

Los acantilados blancos de Rügen (1818). G. D. Friedrich

Abadía en el robledal (1809). G. D. Friedrich

El caminante sobre un mar de nubes (1818). G. D. Friedrich
Para terminar de completar el Romanticismo se hace necesario hablar de los Nazarenos, que surgen en Viena a principios del siglo XIX, en oposición a la enseñanza neoclásica y académica. Intentan restablecer la pintura religiosa medieval anterior a Durero y Fra Angélico y crean obras ingenuas, de dibujo sereno y color local. Pretenden recuperar un arte que contenga valores espirituales inspirados en la fe católica. En los paisajes predomina sencillez y sinceridad, eliminan prácticamente la perspectiva y la profundidad, y emplean colores planos e intensos. Algunos de sus representantes más destacados fueron Friedrich Overbeck, Franz Pforr, Peter Von Cornelius y Ludwig Vogel.
Como continuación del movimiento anterior, el arte prerrafaelita aparece en la sociedad victoriana londinense a finales del 1840 de la mano de un grupo de jóvenes organizados en torno a la figura de Dante Gabriel Rossetti y otros artistas, que se manifiestan en contra de las convenciones estrictas del arte académico imperante y ambicionan crear una pintura referida al arte medieval. Desde la perspectiva paisajista, su innovación proviene de su intento de captar la naturaleza de forma más realista y de representarla de manera directa y sincera. También incluyen nuevos temas con escenas contemporáneas y sociales.
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