Que me encantan las películas de terror es bien sabido por muchos. Que lo paso fatal, me tapo los ojos y suelto gritos al puro estilo Janet Leigh en Psicosis mientras las visiono, también. Pero hoy, y teniendo en cuenta que se acerca la Víspera de Todos los Santos, no voy a hablaros de mis reacciones ante este tipo de filmografía. Lo que os voy a contar son algunos sucesos paranormales que viví de pequeña. En un piso habitado por un ente cuyo poder se vio favorecido por las continuas sesiones de espiritismo a las que tan aficionados eran mis padres. Podréis creerlo o no, pero de lo que estoy segura es que había algo o alguien ahí que me observaba y en algunas ocasiones llegó incluso a manifestarse. ¿Te atreves a conocer mi historia?

A finales de los 70, tendría yo unos siete u ocho años, vivía con mis padres en el que fue el piso de mis abuelos paternos, ya fallecidos. Mis padres, como ya he comentado, eran muy aficionados a las ciencias ocultas en todas sus facetas. Para mí, era algo normal salir las noches de los sábados a ver ovnis a Montserrat, que mi padre pasara parte de la noche fuera de casa para grabar psicofonías en un cementerio o las numerosas reuniones en casa con astrólogos, hipnotizadores y renombrados mediums y profesionales del espiritismo.

mediums

A pesar del aire de normalidad con el que vivía estas situaciones, no era más que una niña y como tal, fácilmente impresionable. Recuerdo perfectamente el día en que vinieron a casa tres mediums, dos mujeres y un hombre, pero no de estos que hacían espiritismo con la famosa tabla de ouija, sino de los que unían las manos y eran poseídos por el espiritu de turno, si lo había, claro. Ciertamente, a mí no me dejaron colaborar en esto, pero sí permanecer en el extremo de la mesa, observando. Recuerdo haber estado de pie, con las manitas apoyadas en la mesa con solo los enormes ojos asustados asomando por el borde. Fue bastante turbador ver hablar al espiritista con un tono de voz diferente al suyo, pero por los comentarios que luego escuché de mis padres, creo que era más una farsa que otra cosa.

tabla ouija

Lo que resultó realmente aterrador para mí vino después. Como al parecer el espiritu no estaba demasiado por poseer a nadie, decidieron emplear la ouija para establecer contacto. A las preguntas de rigor, no se sacó nada en claro, ni quién era la entidad, ni de dónde venía, ni qué quería. Eso sí, no dejaba de señalar de forma monótona y constante tres letras: O-J-O. A alguien se le ocurrió que, tal vez, podría ser un aviso y se formuló la pregunta de si había alguien en peligro en la sala. Cuando el ente contestó que sí y le preguntaron que señalara al desafortunado. El vaso vino hacia mí a toda velocidad, una y otra vez, sin parar. Aterrorizada miré a mis padres, que se apresuraron a pronunciar las frases pertinentes para despedir al agorero espíritu.

Esa noche, ya en la cama, custodiada a un lado por mi osito de peluche preferido y al otro por mi muñeca de trapo de largas trenzas rubias, y sabiendo que me esperaba una larga noche en vela, me apresuré a cubrirme la cabeza a pesar del calor reinante. Después de un rato empecé a sudar copiosamente, no lo soportaba más y me atreví a destaparme dejando mi nuca al descubierto. Minutos después sentí un aliento en el cuello, como si alguien me soplara para aliviar mi calor. Lo sentí en tres ocasiones. Después de eso volvía a taparme la cabeza con la sábana decidida a soportar el calor estoicamente antes que experimentar de nuevo esos espeluznantes soplidos fantasmales.

fantasma

A partir de ese momento, se agudizó mi sensibilidad y permanecí más atenta a mis instintos. Cuantas veces mientras hacía los deberes en la misma silla donde se había sentado el medium me sentí observada desde lo alto del mueble que tenía detrás de mí. Y cuantas veces se caían de forma inesperada mis cuardernos y mis cajas de pinturas de la mesilla, donde tan cuidadosamente los había colocado, provocándome no pocos sobresaltos. Siempre intuí que había algo que rondaba por ese piso. Al principio tenía miedo, pero con el tiempo presentí que no era una presencia de origen maligno, sino más bien una presencia protectora que quería hacerse notar.

A los doce años y con el motivo de la separación de mis padres, cambié de piso y con el cambio, conseguí relajar el estrés que sufría por las noches. Los miedos y las pesadillas fueron menguando y un año despues me atrevía a dormir ya con la luz apagada. Mi padre continuó metido durante un tiempo en ese oscuro mundo. Mi madre, después de una desafortunada experiencia que me contó meses después, dejó de lado de forma definitiva y tajante  todo lo relativo al mundo paranormal.

ouija

La experiencia fue realmente traumática para ella y supongo que también para todos los presentes. Parece ser que durante una de las sesiones de espiritismo que, a veces, hacían en casa de sus amigos, una de las presentes no hacía mas que reír y burlarse, diciendo que eran los demás quienes movían el vaso. Al ver el cariz que tomaba la situación, mi madre decidió dar por finalizada la sesión comentándole a esa persona que no debería participar en este tipo de reuniones si no creía en todo ello.

Después de las sensatas palabras de mi madre, la risa de la incrédula se congeló en el aire cuando, ya con todas las manos fuera de la tabla y del vaso, este último empezó a dar vueltas a toda velocidad, enloquecido, alrededor de la ouija para salir volando y caer al suelo con un horrible estruendo pero sin romperse. Los allí reunidos no tardaron en dispersarse. Tampoco volvió a oirse risa alguna. Aterrador, sin duda. Y es que, como decían algunos de los expertos en estos temas que frecuentaban mi antigua casa, cuando se abre una puerta nunca se sabe lo que puede entrar.  Así pues, mejor no abrirla.

salir corriendo

Por mi parte, tampoco quise saber nada sobre temas paranormales, bastantes cosas viví de pequeña. Y aunque me gustan las peliculas, las series y los programas relacionados con el  género paranormal y de terror (una cosa es verlo por una pantalla y otra distinta verlo en persona), no solo he desarrollado sino que también mantengo una especie de «sexto sentido» que consiste en salir corriendo cuando las cosas se ponen feas. Porque ante la duda de saber si hay alguien ahí o no, sinceramente, prefiero no saberlo.

 

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