Sí, lo reconozco, en aquellos últimos días me preocupaba que pasara algo malo. Y, ciertamente, así fue, aunque en un sentido muy distinto al que yo hubiera imaginado jamás.
Todo empezó un día cualquiera. Mi esposo, Pablo, y yo estábamos pasando unos días de vacaciones en Formentera, una pequeña isla mediterránea donde solíamos veranear desde hacía algunos años. A pesar de que era ya casi la hora del cierre de los comercios, decidimos acercarnos al colmado del pueblo para recoger nuestro encargo semanal. Pablo inició una charla trivial con las dependientas, que no alcancé a escuchar ya que todos mis sentidos se focalizaron en unas tartas de manzana caseras dispuestas en el mostrador.
Había unas con masa fina y otras elaboradas con un grueso bizcocho de base. Le sugerí a Pablo que podría comprar una de masa fina, por aquello de que son más ligeras. Él respondió pidiendo la de bizcocho. Le sonreí cómplice. Estaba claro que si la dieta no era su prioridad, desde luego, tampoco iba a ser la mía. De repente la tienda empezó a llenarse de gente que venía a última hora a recoger sus encargos, con lo que me vi desplazada al fondo del establecimiento donde una muchacha con atuendo estrafalario empezó a conversar conmigo acerca de la feria que se celebraba en un parque cercano.
Entretanto, entreví a través de la multitud a Pablo que ya estaba pagando la cuenta. La muchacha me estaba irritando con su incansable cháchara, así que me despedí de ella apresuradamente mientras intentaba localizar a Pablo. Para mi sorpresa se había marchado dejándome allí. No podía creerlo. Pensé que, seguramente, se le habría ocurrido la idea de dejar la compra en el coche para ir más cómodo a la feria.
Cuando llegué al coche no había nadie. Todavía sorprendida por lo sucedido decidí acercarme a la feria. La muchacha de la tienda me había comentado que habría un desfile de moda y también un concurso de agility canino. Conociendo a Pablo y su gusto por esta disciplina perruna, no era raro que se hubiera acercado a ver a los perretes.
Estaba empezando a enojarme y el asunto dejó de hacerme gracia, así que me di prisa y pasé velozmente junto a las modelos del desfile. Sorprendentemente, nadie me dijo nada ni me llamaron la atención. Lógico, era todo muy simple y austero, además mi cara de pocos amigos mantenía a la gente a raya.
Bajé las escaleras de la pasarela para dirigirme a la zona verde. Los canes recorrían la pista y saltaban los diferentes obstáculos sin mucho esfuerzo. Tampoco me entretuve demasiado. Seguía sin encontrar a Pablo. De repente se me ocurrió la idea de que algo malo podría haberle pasado. Sí, tenía que ser eso. Cierto que era muy despistado, pero no era propio de él hacer algo así. Desafortunadamente, no había traído conmigo el bolso, ni el móvil, ni las llaves del apartamento de Es Caló, el pequeño y tranquilo pueblo de pescadores donde nos alojábamos.
Empezaba a desesperarme. Me encontraba en el límite del recinto ferial y justo delante estaba el pequeño hospital. Sin dudarlo, decidí entrar y pedir ayuda a la primera persona que encontrara. Había una enfermera sentada en una de las sillas del pasillo principal. Rápidamente y en pocas palabras le expliqué la situación. Me pareció muy grosera su actitud, puesto que ni se dignó a mirarme y creo que apenas me escuchó.
Una señora mayor, sentada justo delante de mí, que no perdía detalle de la escena, me miró a los ojos y me dijo: «Te he visto esta mañana en Es Caló, te he saludado y no me has dicho nada.» La miré frustrada por la poca atención que me había prestado la enfermera y le pedí disculpas por mi falta de educación. La verdad es que no recordaba haber visto a nadie esa mañana en el pueblo, aunque ya pudiera ser que me hubiera despistado.
Me dirigí a ella y, con la voz rota por la ansiedad, le dije que estaba segura de que algo malo le había pasado a mi marido, que necesitaba volver a Es Caló, a por mi móvil de forma urgente. Vi un atisbo de tristeza en los ojos de la señora… y, de repente, un fogonazo de luz explotó ante mis ojos. Entonces lo entendí todo.
La señora mayor, al igual que la muchacha estrafalaria del colmado y al igual que yo… Todas… todas nosotras habíamos muerto. Ahora todas las piezas encajaban.
Me has dejado super intrigada! Me quedo por aquí, necesito saber como continua la historía. Me gusta mucho como está relatada y como engancha. Y yo que pensaba que al que le había pasado algo malo era a Pablo…..
Hola,
Ante todo agradecerte tu comentario. La historia, en un principio, acaba aquí, aunque bien mirado, da para una segunda parte donde se explicara lo que ha ocurrido para llegar a ese trágico final. Tendré tu sugerencia muy en cuenta 🙂
A partir de la semana que viene incio «Noviembre Romántico» con tres love posts muy divertidos. Te lo recomiendo. Que no te despiste el título del primero «El parador del terror», digamos que no es un terror muy convencional, jejeje, lo dejo ahí.
Por cierto, me ha gustado tu último post. Felicidades.
Saludos,