En la historia de la literatura, Aristóteles se ha considerado el primer teórico de los géneros literarios. En su obra Poética, describe las condiciones de producción de un texto literario, determina sus rasgos distintivos y lleva a cabo una clasificación de las obras basada en sus diferencias miméticas. Todo ello conforma el punto de vista clásico en la teoría de los géneros literarios.
Por su parte, Todorov, con una visión más moderna, aboga por la existencia de los géneros literarios, pero se centra en su reinterpretación. Defiende la necesidad de institucionalizar los géneros literarios con una doble finalidad: un horizonte de expectativas para los lectores y un modelo de escritura para los autores. Asimismo, asume que “el género es la codificación históricamente constatada de propiedades discursivas”. No obstante, no todos los actos de habla pueden transformarse en género, ya que cada sociedad codifica los discursos en función a su ideología. Sin cuestionar la relación entre lenguaje escrito y habla, acorta las distancias entre lo que es literatura y lo que no lo es, en tanto los géneros literarios tienen su origen en el discurso humano.
En definitiva, el teórico búlgaro aborda la problemática de los géneros literarios aludiendo no a su desaparición, sino a su transformación y a la transgresión de sus reglas: el hecho de que algunas obras contemporáneas sean difíciles de catalogar en un género determinado no comporta la inexistencia de este último. Es más, una obra transgresora podrá romper las convenciones de un género literario, quedando estas visibilizadas y pudiendo convertir su singularidad en una nueva norma.
Y, justamente, esto es lo que ocurre, en cierto modo, en la novela Charlotte de David Foenkinos, en tanto podemos afirmar su adscripción a un género heteróclito cercano a la novela. Se trata de una biografía novelada de la artista judía Charlotte Salomon, escrita con un estilo que hibrida prosa y verso: frases cortas, escuetas y directas, cargadas de un lenguaje poético que proporciona al libro una gran calidad estética. También su forma narrativa, que incluye la presencia del autor en el relato, es, ciertamente, original y se aleja de otro tipo de narraciones biográficas que siguen una línea más tradicional.
En el análisis de la novela de Foenkinos, observamos las diferencias entre el lenguaje literario y el no literario –aunque ambos utilizan el mismo código– a las que hacía referencia Todorov. En Charlotte, el autor persigue una finalidad estética y por eso las palabras que configuran el texto son más selectivas. Justamente, en ese empleo cuidadoso del lenguaje, que lo aleja de su uso cotidiano, radica la divergencia. De ese modo, la atención del lector no solo recae en el contenido, sino también en la forma expresiva en que el autor transmite el relato valiéndose de una gran diversidad de figuras y recursos expresivos que muestran su dominio del lenguaje literario. En definitiva, Foenkinos utiliza una expresión propia para crear un texto eminentemente poético que presenta fusionando narrativa y lírica, y permite al lector disfrutar de una innovadora forma de lectura.
En conclusión, Charlotte es una obra que podemos considerar rupturista desde la perspectiva de los géneros literarios, en tanto sus particularidades dificultan su clasificación en un género literario concreto, lo cual implica la existencia de los géneros –las convenciones de genero son visibles gracias a sus transgresiones–, así como una diversidad atribuible a todo aquello que configura las convenciones de los géneros literarios, además de las numerosas transgresiones que estas convenciones pueden experimentar.
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Muy interesante. Un placer leerte. Abrazos
Muchas gracias, Nuria. Encantada de saludarte.