El beep-beep del móvil me indica que ha entrado un mensaje de WhatsApp nuevo. Con la cabeza en otros temas, lo leo rápidamente. Es Pablo, mi esposo. Esperando alguna de sus bromas, no doy crédito a lo que leo. Vuelvo a leerlo. Pues sí, parece un mensaje romántico que reza así: «Ojos de gata, aunque tu no lo creas, he besado tu nombre». Se me ha pasado alguna fecha importante, seguro. Miro el calendario, pero no, no es un día señalado. O le ha salido la vena poética o debe ser que se acerca San Valentín. La cuestión es que estos detalles que llegan así, de sorpresa, son los que más aprecio y los que, al fin y al cabo, me confirman que no me he equivocado de compañero de viaje.

Y es que esto de los detalles románticos da mucho de sí. Con una sonrisa dibujada en mi cara y el móvil aun en la mano, vuelvo la vista atrás y empiezo a recordar algunos de los detalles románicos que más me impactaron en su día.

El poeta

poeta

En los inicios de la era de las comunicaciones personales vía internet mantuve correspondencia electrónica con el que yo creo sin lugar a dudas era un poeta o, si más no, tenía alma de trovador. Intercambiamos un buen número de mails. Aquí os dejo un pequeño extracto de una de sus numerosas cartas, que, como veréis, está plagado de sensibilidad y lirismo a partes iguales.

«[…] me alegra el corazón saber que mi ilusión por tu amistad es recíproca. Te confieso que en este momento tengo dos pantallas abiertas en el ordenador. Una, naturalmente, esta en que estoy escribiendo; otra, tu imagen celestial, y no lo digo tanto por el vestido celeste que llevas en ella, como porque me transporta directamente al cielo; pues se supone que el cielo es, para empezar, la visión de Dios, y, ciertamente, no otra cosa que una divina visión me parece tener cada vez que cruzo mi mirada con la tuya, tan hechizadora; que cuesta creer que exista algo que siendo una cosa, quieta y fija, como una fotografía, pueda ser a la vez, algo tan personal, tan lleno de alma, tan vivo, tan cálido… Esa, tu entrañable mirada, que parece hecha para la transparencia —tan directa e inmediatamente conecta el dentro con el fuera— es un portento, un encanto.[…]»

Sinceramente, nunca hubiera imaginado que mis fotografías se tornaran musa e inspiraran tan bella prosa. El romance virtual culminó con la entrega de un enorme ramo de rosas rojas acompañada por una pequeña poesía dedicada. No hubo ninguna razón concreta, pero con el tiempo el interés decayó por ambas partes. Jamás llegamos a vernos en persona debido a la distancia que nos separaba, pero cada vez que abría el correo y veía uno de sus mails, el corazón me daba un vuelco.

El agente secreto

guardespaldas

En otra ocasión, mantuve un breve y apasionado romance con un técnico operativo que trabajaba para el servicio de inteligencia. Su costumbre de escribir informes se hizo extensiva a su relación conmigo y cada semana después de nuestro encuentro me enviaba una historia que rondaba entre lo real e imaginario y que tenía que ver con las cosas que habíamos hecho juntos. Algunos eran francamente divertidos, os dejo aquí algunas líneas de uno de sus famosos informes semanales.

«[…] Los dos éramos conscientes de que lo nuestro era muy difícil. Éramos seres de dos mundos distintos. Ella iba a las boutiques más finas y yo, en cambio, compraba mi ropa interior en un vendedor argentino ambulante y tenía los modales de un limpiabotas. No me podía imaginar a esa mujer en mi apartamento de la calle 42. Aquel apartamento hacía mucho tiempo que no veía una bayeta. Se acentuaba la sensación de amor imposible. Esa sensación que hace que cada encuentro sea intenso como si fuera el último, que cada día que pasamos juntos sea un regalo y que cada beso de ella tenga el sabor del primero. Nos vestimos apresuradamente y fuimos a un rincón para poder despedirnos sin ser sorprendidos por nadie. […]»

Aun hablo con él muy de tanto en tanto. Debido a sus constantes viajes solíamos comunicarnos muchas veces por messenger. Su frase más memorable: «Mi corazón temblará de emoción cuando Susana (asterisco) inicie sesión». (Mi nick en messenger era Susana*)

El arquitecto

arquitecto

El gesto del «arquitecto» fue más una compensación que un detalle. No hacía mucho que nos habíamos conocido y estábamos en la fase inicial de enamoramiento. Habíamos quedado por la tarde y al ver que se retrasaba bastante, decidí llamarlo. Cuando me dijo que finalmente no podía venir, no pude ocultar la decepción en mi voz, hecho que no le pasó desapercibido. Al día siguiente me fui de compras para olvidarme del disgusto cuando recibí una llamada suya para decirme que estaba delante de mi casa. Yo estaba a más de una hora de camino así que tuvo que esperar un par de horas largas en la puerta, ya que tampoco me di mucha prisa en volver, la verdad. Eso sí, la botella de champagne y el paseo en su Alfa Romeo descapotable, cuya existencia desconocía, eliminaron cualquier posible tensión anterior.

Durante nuestra relación se fue de viaje a Italia. Me envió una postal desde Capri con contenido breve pero intenso, » Ya ves no estoy en Roma. Pero tengo el mar, una plaza y ese deseo que mueve montañas.» Como la canción de Ramazzotti, fue una historia importante.

El ingeniero

ingeniero

Si habéis leído mi post Especial Halloween: Fantasmas, ya sabéis que tengo cierta experiencia con temas paranormales. Hubo una época en la que vivía sola en un dúplex y, aunque era grande y luminoso, detecté ciertas energías que no me gustaban demasiado. Una de las señales que aparecen y que pueden ser signo de presencia de entidades demoníacas es el mal olor. Pero en mi caso era más bien al contrario. Hacía varias semanas que detectaba un cierto aroma a jazmines en el despacho. Algo preocupada se lo comenté al ingeniero con el que había empezado a salir, para ver si a él se le ocurría cual podía ser la causa. Sin una respuesta convincente por su parte, decidí llamar a mi madre en ese mismo momento para contarle mi preocupación al respecto. Finalmente, el ingeniero, viendo que mi desasosiego iba in crescendo, acabó por confesarme que él era el responsable.

Al parecer se dedicaba a coger jazmines del jardín del vecino de la planta baja y dejármelos en el buzón, con lo que las cartas se impregnaban del fragante aroma, el cual era percibido por mis sensibles pituitarias en el despacho, donde siempre dejaba la correspondencia. Así quedó resuelto el misterio. A pesar del susto, fue un detalle adorable.

Y sí, al final, el que me llevó al altar fue el ingeniero. Aunque a día de hoy aun no entiende como ante semejante competencia pude casarme con él. Cosas del destino…

 

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