Hoy, voy a hablaros de los coches de mi vida que, como los amores, han sido pocos pero buenos. Mi primer coche fue un destartalado Ford Fiesta de segunda mano al que tenía ese cariño especial que se le tiene al primer novio. No fue un idilio muy largo, tan solo un par de años, en los que no me falló jamás y con el que recorrí mis primeros kilómetros y di mis primeros golpes a la carrocería cuando aparcaba. Le llamaba cariñosamente Forfi y a pesar de nuestra efímera aunque intensa relación, se me rompió el corazón cuando tuvo que recorrer su última milla verde de camino al desguace.
Su sustituto no me cayó muy bien al principio, su brillante color rojo metalizado no me acababa de convencer, teniendo en cuenta que el rojo no es, precisamente, mi color favorito, apenas tengo un par de prendas de ese color en mi armario. Y como siempre me pasa con todo lo nuevo, me muestro bastante desconfiada y distante durante cierto tiempo. Por regla general, cualquier tipo de artilugio mecánico o electrónico, ya sea un coche, un móvil o un ordenador, me provoca lo que yo llamo «desconfianza tecnológica».
Por ejemplo, y permitidme que haga aquí un pequeño inciso, hace unos años yo era totalmente pro móvil Samsung. Sin embargo, incitada por mi marido ante la magnifica oferta de un novedoso iPhone, no pude menos que sucumbir y rendirme a los encantos de Apple. Eso sí, ambos, móvil y yo, necesitamos un periodo de adaptación antes de llegar a un buen entendimiento. Probablemente, fruto de mi ignorancia acerca del manejo de dichos dispositivos. Todo era demasiado distinto a mi querido y viejo Samsung y eso era algo, al igual que el refulgente rojo de mi segundo coche, que no me convencía demasiado.
No pillé pocos berrinches con el dichoso móvil de última generación y a punto estuve de deshacerme de él. Hasta que un día, así sin más, me di cuenta que se había convertido en un elemento imprescindible en mi vida y ya no podía pasar sin él. Sin saber cómo, había pasado al lado oscuro, a Apple, y una vez cruzas esa puerta… ya no hay retorno.
Pero volviendo al hilo de este post, el sustituto de mi deslucido y estimado Forfi fue un flamante y nuevo Peugeot 106 rojo. Tuvimos nuestros más y nuestros menos al principio pero, después, nos convertimos en inseparables. De hecho, esa fue mi relación mas larga hasta el momento. Vivimos un sinfín de aventuras juntos y fue testigo mudo de mis risas, mis lágrimas, mis desafinados cantos, mis idas y mis venidas. Me acompañó a todos los sitios y al igual que el viejo Forfi, jamás me falló ni me dejo tirada en la carretera.
Eso sí, sufrimos un par de percances graves. El último de ellos, ocurrido ya hace bastantes años, nos dejó a los dos bastante tocados, a él le toco pasar una temporada en el taller y yo tuve que hacer reposo con un collarín durante unos meses. A pesar del terror que me producía conducir después de ese episodio, conseguimos superarlo juntos y volvimos a la carretera con energías renovadas… aun nos quedaban muchos kilómetros por recorrer.
Ahora, veintidós años después y con mi fiel automóvil en perfecto funcionamiento, ha llegado la hora de otro cambio. Que veintidós años ya son muchos y a pesar de la confianza en mi pequeño rojo, creo que no es lo suficientemente seguro en estos nuevos tiempos que corren. Así pues, es hora de jubilarle, que bien merecido lo tiene, y al igual que me ocurrió con el viejo Forfi, me apena muchísimo tener que desprenderme de él.
Si bien mi nueva adquisición es una de las más seguras del mercado y posee todas las ventajas tecnológicas y ecológicas que mi viejo coche no tenía, no deja de ser un «extraño», al menos de momento. Así que he cambiado a mi fiel Rocinante por un nuevo Toyota Yaris Active de color blanco, con el que estoy segura construiré una buena relación… con el tiempo. La alegría de la nueva compra se ve empañada por la tristeza de decirle adiós a mi pequeño, que fue recogido hace unos días para recorrer sus últimos kilómetros a lomos de una grúa, cual héroe desterrado, camino al cementerio de automóviles.
Tan solo espero que las poco propicias circunstancias en las que ha sido adquirido mi nuevo Yaris no sean augurio de malos presagios. Y es que me ocurrió una cosa muy curiosa. Fui a informarme de las promociones que ofrecían en el concesionario y, de paso, a probar al que podría ser mi posible futuro auto. La vendedora que me atendió, sinceramente, no me gustó nada. En tres ocasiones le pedí papel y lápiz para anotar sus precarias explicaciones y me sentí triplemente ignorada cuando no hizo ni amago de acceder a mi petición. Por no hablar de su cara de pocos amigos y una desidia e indiferencia que rozaban peligrosamente los límites de la grosería.
Eso sí, la susodicha poseía un interés desmesurado en tomar mis datos para ofrecerme un presupuesto impreso pero no parecía tener ningunas ganas de vender nada. Ante eso, pensé en visitar concesionarios de otras marcas. Pero parece que estaba en racha. En dos tiendas de Barcelona se negaron a atenderme por falta de personal y la única opción para probar un coche era ir a una población cercana, a lo cual me negué rotundamente. Increíble.
Al día siguiente, se dio la casualidad de que mi esposo coincidió con la arisca vendedora en la clase de cycling, la cual, ya más amable, le dijo que se iba de vacaciones. Probablemente, esa fue la causa de su poca iniciativa. Conociendo previamente la ausencia de la vendedora se me ocurrió volver con la esperanza de encontrar un vendedor algo más competente. Y, efectivamente, lo encontramos. Nos informó de todo, nos dio todo tipo de explicaciones, nos hizo varias ofertas, todos los descuentos posibles… ¡Genial! Al fin, alguien eficiente.
Pero cual fue mi sorpresa cuando me enteré de que al estar ya fichada por la anterior vendedora la comisión de venta era para ella. En ese momento, entendí su interés en tomar mis datos. Nos llevamos todos un chasco monumental y a pesar de mis súplicas de hablar con el superior del amable dependiente o de encontrar una solución para que obtuviera su bien merecida retribución, no se pudo hacer nada. Una lamentable injusticia.
Finalmente, una vez superadas todas estas contrariedades, y con mi espléndido auto nuevo ya aparcado en el garaje, solo me queda por delante la ardua y costosa tarea de conocer a mi nuevo compañero de aventuras y de establecer lo que espero que sea el comienzo de una larga y hermosa amistad.