¿Campo o ciudad? He aquí el eterno dilema. Hay quien prefiere vivir una vida simple, en lugares remotos rodeados de naturaleza y aire puro. Otros, en cambio, ya sea por razones profesionales o por decisión propia, prefieren el bullicio y el gran abanico de ofertas culturales y de ocio que ofrecen las grandes urbes.

Durante quince años estuve viviendo en un pequeño pueblo en pleno Pirineo catalán. El aire puro, las fabulosas panorámicas del valle rodeado por montañas, las vacas, los caballos, los campos de cultivo y la tranquilidad que se respiraba en el ambiente no tenían precio, sobre todo para una joven veinteañera como yo que venía de la gran ciudad. Acostumbrada a moverme entre el asfalto, ir a las tiendas más cool y frecuentar los locales nocturnos de moda, el cambio fue radical. Sin embargo, conseguí adaptarme rápidamente al ambiente rural. Y durante un tiempo me gustó el cambio. Pasados unos años, el aburrimiento me atenazaba de tal forma, que ni siquiera los simpáticos mugidos de las vaquitas o el trinar de los pajarillos podían calmar mi ánimo. Harta de ver a la misma gente, de frecuentar los mismos sitios y de decir siempre las mismas cosas, empecé a plantearme volver a la city. Seamos francos, la vida en el campo puede parecer idílica, sobre todo si solo vienes de visita el fin de semana, pero para la gente que vive todo el año en el campo puede ser tedioso.

Vida rural

Los maravillosos e idílicos paisajes del entorno rural

En conclusión, mi vida era más aburrida que una partida de ajedrez retransmitida por radio, así que empecé a hacer escapadas a la ciudad para distraerme un poco. Fue una época divertida. Iba a fiestas, a restaurantes, al cine, de compras… pero lo cierto es que se hacía un poco pesado estar cada fin de semana arriba y abajo. Además, a veces me sentía un poco fuera de lugar. De hecho, sentía que no pertenecía totalmente a ninguno de los dos mundos. En el campo, aprovechaba los veranos para salir a corre, dar paseos por la montaña, incluso aprendí a ir en bici y daba largos paseos por la zona. El invierno era más duro, no soy esquiadora ni me gusta mucho el frío, así que cuando llegaban las primeras nieves me ponía en modo hibernación como los osos, y apenas asomaba la nariz fuera de casa.

Con el tiempo, llegó la crisis económica y con ella llegó también mi despido del estudio de arquitectura donde trabajaba como asistente de la arquitecta jefe. En vez de hacer un drama y buscar otro trabajo en la comarca, ese despido fue una oportunidad de cambio, mi pasaporte para regresar a la ciudad. Ni corta, ni perezosa, me puse manos a la obra casi de inmediato, y en tres meses me encontraba ya en territorio urbano. No tardé en encontrar otro trabajo y a los pocos meses conocí al que hoy es mi esposo. Aunque muchos consideraron en su día que mi decisión fue muy arriesgada, vamos, una locura, creo que no me pudo haberme salido mejor.

Milano Cocktail-Bar es una de mis coctelerías favoritas donde se puede cenar y escuchar música en vivo. Hacen los mejores cócteles personalizados y los mejores «San Francisco» de Barcelona

Ahora, después de unos cuantos años viviendo en la ciudad, y con ambas experiencias, en campo y ciudad, dilatadas en el tiempo, creo que no volvería a vivir en el campo. Mi experiencia con el aburrimiento no fue demasiado buena. Respeto la vida simple y me parece entrañable, pero estoy demasiado acostumbrada al asfalto, al bullicio, al acceso a una enorme oferta cultural, gastronómica y de ocio y, sobre todo, a tener el centro y el aeropuerto a quince minutos de mi casa. No podría prescindir del magnífico gimnasio al que soy asidua, a mis sesiones diarias de entrenamientos de Body Combat y Body Pump Les Mills, a las divertidas clases de zumba, a la maravillosa piscina y al spa, a los cines y las megabutacas vip y las deliciosas palomitas dulces recién hechas, a las compras en los grandes centros comerciales, a los que voy en días laborables para evitar, así, la vorágine, los agobios y los baños de multitudes del fin de semana.

Espectáculos, conciertos, teatro, coctelerías, exposiciones, fiestas, ferias, congresos punteros… la oferta es enorme y muy variada. Si me dan a elegir entre campo y ciudad, dudaría durante cinco segundos, hasta que me diera cuenta de todo lo que me perdería… sí, aun con las desventajas, que también las hay, me quedo con el asfalto, el ajetreo y las numerosas actividades que me ofrece la ciudad, porque al fin y al cabo, todo eso es lo que me hace sentir viva.

 

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