Hay que ver cómo pasa el tiempo. Ciertamente, la imagen que me devuelve el espejo ha cambiado un poco. Un poco bastante ¿para qué nos vamos a engañar? Aquellos ojos de gata, verdes y enormes, parecen ahora poco más que dos canicas opacas, gastadas y deslucidas. Y aquellas pestañas largas y densas, que con suaves aleteos eran capaces de seducir a cualquiera, han pasado, sin duda alguna, a los anales de la histora. Qué mal.
¿Y el comentario de mi sobrino de cinco años? Tienes los ojos como dos soles, tía Rita. Y lo contenta que me puse. Ilusa de mí. Debería haberlo dejado ahí, pero no, quería escuchar más halagos. Mira que preguntarle por qué decía eso de mis ojos. Por las rayitas que tienes alrededor, tía Rita, me contestó con una enorme sonrisa. Bien merecido lo tengo ¿Y qué le iba decir al pobre crío con esa carita de ángel? Me gasto una buena cantidad de dinero en cosmética de última generación para nada.
Y ¿qué me dices del pelo? ¿eh? ¿Dónde ha ido a parar aquella melena, larga y tupida, de color miel? Ah, cómo la echo de menos. Ahora de los cuatro pelos que me quedan, la mitad son blancos y aun gracias que los tengo. Qué tiempos aquellos en los que dos vueltas a la goma eran suficiente para recoger mi cabellera. Ahora necesito darle cuatro y me queda una coleta que parece más un puñado de espaguetis mal cocidos que otra cosa. Tal vez debiera empezar a contemplar la opción de las pelucas. Aunque no me veo con ellas en el gimnasio.
Con lo que yo había sido. Practicaba todo tipo de actividades. Pero ahora mi cuerpo ya no está para esos trotes. Lara me convenció para hacer una sesión de Body Combat. ¡Nada menos que Body Combat! ¡Qué pesada es esa mujer! No paró hasta que le dije que sí. Y qué vergüenza pasé cuando al final de la clase se me clavó la rodilla y tuvieron que sacarme a rastras.
Y de regalo me llevé una bronca del monitor mientras la tonta de Lara se reía y le ponía ojitos al cachas, asintiendo en todo lo que decía. Ya te lo dije, Rita, no fuerces la rodilla, pero nada, tú, ni caso. Nunca hace caso de nada esta mujer, le iba contando al morenazo coqueteando con él sin disumulo alguno. Y yo allí tirada en el suelo. Menuda arpía está hecha esa.
Por su culpa estoy así, con la rodillera puesta y una semana de reposo por delante, mirando los horarios de las clases de pilates y aquagym. Parece que es lo único que voy a poder hacer de aquí en adelante. Qué triste. Ojalá pudiera ser como Dorian Gray y pasarle todos mis males al cuadro. Ahora que lo pienso, Juan Palomares, el de Facebook, ¿ese no pintaba retratos? Tendré que darle un par de vueltas al asunto.
Lo bueno, si puede decirse así, es que el tiempo pasa igual para todos. Sin ir más lejos, el otro día me encontré al «Melenas», un antiguo compañero de universidad. Hacía bastantes años que no le veía, la verdad. Pues menos mal que me saludó él. No lo hubiera reconocido ni en un millón de años. Pero claro, quien iba a imaginar que el señor ese, gordito y con el cráneo reluciente como una bola de billar, era el famoso «Melenas». Y no es que eso me dé consuelo, que bastante tengo yo con lo mío, pero al menos no soy la única en lidiar con las malditas secuelas del paso del tiempo.
Ahora que lo pienso, Lara y el «Melenas» salieron durante un tiempo. Y la de veces que tuve que aguantar los rollazos que me soltaba Lara. Que si que guapo es, que si mira que pelazo tiene, que si hoy me ha mirado en clase, que si me ha dicho que estoy muy guapa. Que sufrimiento de mujer. No estaría mal que les planificara una cita. Ya me veo la cara de poker de Lara y sus esfuerzos por zafarse de tamaño encuentro. Aunque creo que mejor no hago nada. No quiero ni pensar en el dolor de cabeza que me daría con Lara dándome la tabarra y poniéndome la cabeza con un tambor con el temita hasta el día del juicio final.
En fin, mejor me relajo un poco y sigo con mi reposo forzado. A ver si el sueño me hace olvidar las penas. Y, sobre todo, el hambre. Hay que ver el hambre que da el aburrimiento…
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