Pol no soportaba la oscuridad, pero los abogados le reclamaban las escrituras y demás documentos para iniciar los trámites de la venta de su casa. Todo estaba en el sótano. No quería bajar allí. No le gustaba ese lugar. Ni siquiera recordaba la última vez que estuvo allí. Intentó tranquilizarse. Respiró hondo, hizo acopio de valor y abrió la puerta del sótano.
La puerta chirrió y un olor a humedad y podredumbre invadió sus fosas nasales. Sus pulsaciones se dispararon. Pensó que podría tratarse de algún pequeño animal muerto. Tal vez alguna rata. Estaba todo muy oscuro, pero finalmente consiguió dar con el interruptor. La luz tenue y oscilante de la vieja y polvorienta bombilla apenas iluminó su lento descenso. El olor se volvía insoportable por momentos.
Al fin encontró la caja y dio con los dichosos documentos, al tiempo que la vida de la bombilla llegó a su fin. La oscuridad le envolvió como un frío manto. Su incomodidad aumentó con la negrura. Recuerdos que quería olvidar afloraron a su mente en una vorágine de imágenes repletas de sangre y violencia. El monstruo regresaba y él no quería verlo. No quería recordar nada. Un rayo de luz procedente de la puerta abierta le devolvió a la realidad. En su afán por regresar tropiezó con algo viscoso. Horrorizado, descubrió el cuerpo de una mujer en avanzado estado de descomposición. El grito se ahogó en su garganta al darse cuenta de que era su esposa.
De repente, un viejo espejo le devolvió el reflejo de un rostro demasiado delgado, de facciones malicentas y manchadas de sangre seca, con ojos inyectados en sangre y mirada ausente. La imagen de un loco, de un asesino, de un monstruo.